Fuimos creados para vivir en armonía, libre de conflictos, pleitos y divisiones que causan dolor y amargura entre las personas involucradas. Es el propósito de Dios que vivamos en paz los unos con los otros, tratando a cada quien como desearíamos ser tratados. Todo esto representa «el deber ser», pero, tristemente, la realidad es otra.
En las relaciones humanas es común que existan discusiones. Las familias, matrimonios, instituciones y ministerios cristianos no están exentos. Reiteradas veces surgen los desacuerdos que rompen la armonía, originando un clima de tensión y muchos corazones heridos.
El conflicto muchas veces es un problema de nosotros mismos, debido a que lo que nos pasa internamente, de alguna manera, alcanza y afecta también a otros. Esto obedece a que somos diferentes, en cuanto a necesidades, intereses, deseos, costumbres, formación, ideas y culturas que nos motivan a asumir una actitud determinada ante los eventos de la vida.
En contraste con lo antes expuesto el Dr. John Friel en su libro «Familias Disfuncionales», menciona: «Todas las parejas (incluyendo amigos), que nunca discuten, tienen problemas al igual que aquellas que pelean destructivamente todo el tiempo. ¿Por qué?; porque somos seres con diferentes necesidades, deseos, valores, gustos y creencias; por lo tanto, las discrepancias van a ocurrir.
No puedo sanar lo que no reconozco
Estamos acostumbrados al «hacer», no al «conocer». Es necesario que aprendamos a conocer a las personas con las que nos relacionamos y entender que los conflictos solo revelan necesidades que no están siendo satisfechas. Necesidad de ser escuchado, de amor, afecto, tiempo, atención, entre muchas otras.
En el área de la comunicación y la solución de conflictos es cuando demostramos nuestro grado de madurez: proverbios 29:20 «¿Te has fijado en los que hablan sin pensar? ¡Más se puede esperar de un necio que de gente así!».
Por otra parte, la Biblia nos anima a fomentar la armonía y la paz. En 1Pedro 3:8-9, dice: «En fin, vivan en armonía los unos con los otros; compartan penas y alegrías, practiquen el amor fraternal, sean compasivos y humildes. No devuelvan mal por mal ni insulto por insulto; más bien, bendigan, porque para esto fueron llamados, para heredar una bendición».
Para resolver el conflicto, debemos identificar lo que está sucediendo o lo que sucedió. Si ha transcurrido el tiempo y aún la situación persiste, evidentemente, lo que usted esta haciendo, no está resultando. Por supuesto, hay cosas que no dependen de nosotros, pero hay que hacer lo que nos compete. ¡Alguien debe dar el primer paso para terminar el conflicto!
Dios no nos va a ayudar, porque Él solo va a apoyar la verdad, el amor, la tolerancia; no el orgullo ni la evasión. Quiere llevarnos a descubrir los hechos que están generando el conflicto, no los culpables.
Por: Andreina Fersaca
Altar7.com