Los problemas familiares, de parejas, entre amigos y nuestros semejantes existirán en cualquier momento. La Palabra dice que en el mundo tendremos aflicciones, pero que Dios ha vencido al mundo. En él podemos confiar para solucionar los problemas, y nos da el entendimiento y la madurez para enfrentarlos.
El orgullo es uno de nuestros peores enemigos, nos llenamos de este sentimiento que poco a poco va creciendo y esto permite que los problemas se acrecienten sin encontrar salida. Como hijos de Dios es necesario vencer los obstáculos que se pueden levantar para lograr una verdadera reconciliación.
Todo problema familiar o de otra índole trae situaciones tensas a muchas personas, pero directamente a los involucrados, lo que crea un ambiente conflictivo y de inseguridad, y surge una interrogante: ¿A quién le gusta vivir así?, la respuesta debe ser notoria y es que un clima de problemas no es agradable para nadie y tampoco produce sanidad.
Si logramos vencer el orgullo ya es un paso muy importante para lograr la reconciliación, es esta la primera fase de toda solución. El perdón trae la presencia de Cristo en nuestro hogar y en cualquier lugar donde los encontremos. En Mateo 5:21-26 dice nuestro Señor Jesús que no debemos enojarnos en contra de nuestros semejantes y que es necesario el arreglo entre hermanos.
Cabe destacar que cuando alguna persona cercana a nosotros presenta alguna circunstancia de conflicto queremos aconsejarla, pero debemos tener cuidado con las palabras que salen de nuestra boca, deben ser consejos basados en la Palabra de Dios. No se debe obligar a nadie a una restauración, lo más sensato es que sea el Espíritu Santo que obre en cada persona. La oración es poderosa y debemos pedirle a Dios que desate el espíritu de perdón, restauración y amor.
Por Andreina Fersaca