Se sufre más por lo que imaginamos que por la realidad

Amanece un día y esa persona a quien amas tanto no te ofreció los buenos días como lo suele hacer de costumbre, tú optas por el orgullo y te quedas esperando que te salude, a medida que van pasando las horas, ese mensaje o llamada no llega, entonces comienza la mente a atacar al corazón, la batalla inicia y con ella el sufrimiento.

La imaginación hace estragos en tu vida y las preguntas cada vez son más, como, por ejemplo: ¿será que ya no me ama?, ¿será que está con otra persona?, ¿Qué hice ahora que no me escribe?, en fin, no solo existen las interrogantes, sino también las afirmaciones. Cuando finalmente esa persona se comunica saludando y con ganas de explicar porque no había escrito tan temprano como lo suele hacer, ya la mente había cauda heridas, ira, sufrimiento y rencor.

Lo quiero que aprendamos con este relato, es que así ocurre en la vida diaria con nuestros esposos, amigos, en el trabajo, en la universidad o en cualquier área donde nos desenvolvemos, nos imaginamos cosas que no son reales, y juzgamos antes de que puedan darnos una explicación de lo sucedido. Con la imaginación y la mente batallando creamos un caos que no era necesario.

Lo primero que debemos hacer para que esto no ocurra es ir a la presencia de Dios y postrarnos delante de él confesando que estamos experimentando un sentimiento de tristeza, de enojo y de incomodidad, él será el único que tendrá respuestas a nuestras interrogantes. La Palabra de Dios dice en Lucas 8:17 “Porque no hay nada oculto que no se descubra algún día, ni nada secreto que no deba ser conocido y divulgado”.

A veces juzgamos y pensamos mal de las personas sin siquiera escucharlas o sin conocerlas, no debemos ser quienes hablan de otros, y tampoco sacar conclusiones de situaciones que no sabemos, por eso es esencial que cuando ocurra algún inconveniente tengamos la madurez para escuchar explicaciones antes de tomar una decisión.

Por tanto, no tienes excusa tú, quienquiera que seas, cuando juzgas a los demás, pues al juzgar a otros te condenas a ti mismo, ya que practicas las mismas cosas. Romanos 2:1. Por tanto, dejemos de juzgarnos unos a otros. Más bien, propónganse no poner tropiezos ni obstáculos al hermano. Romanos 14:13

Por Andreina Fersaca