“Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra. Servid a Jehová con alegría; Venid ante su presencia con regocijo. Reconoced que Jehová es Dios; Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado. Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza; alabadle, bendecid su nombre. Porque Jehová es bueno; para siempre es su misericordia, y su verdad por todas las generaciones”, Salmos 100:1-5
Para David estar con el Señor era mejor que cualquier otra cosa. Dios era la fuente de su alegría, era su todo en todo, el centro de su vida, la razón de su existencia. Cuando esto se da en nosotros habrá gozo permanente y fortaleza para enfrentar presiones y tribulaciones.
Alabarle implica despojarnos del orgullo, dejar la autosuficiencia y colocar la mirada solamente en Él, reconociéndolo como nuestro Creador y fuente de nuestra capacidad. Alabarle es experimentar inmensamente su misericordia. Nuestra alabanza debe ser genuina y es fruto de un corazón que agradece el perdón recibido.
Para alabarlo debemos recordar la bondad de Dios y su fidelidad, entonces lo haremos con alegría, adoración y acción de gracias. Este salmo usa palabras que expresan un grito de victoria y de gratitud por lo que Dios ha hecho, habla de un acto de adoración pública. Debe ser una experiencia de gozo y deleite delante de su presencia, junto a otros hermanos en la fe.
Es un llamado a adorar por eso usa verbos como: “cantad, servid, venid, reconoced, entrad, etc.”, motivando al pueblo de Dios a unirse en una sola alabanza y adoración y así dar testimonio de su grandeza a los habitantes de toda la tierra.
Este salmo reconoce la naturaleza de Dios: Bueno, misericordioso y fiel. La alabanza es la mejor terapia para tratar el corazón atribulado. ¿Cómo retribuir al Señor tanta bondad y misericordia para con nosotros? ¿Qué podemos como pecadores perdonados rendirle al Señor por tantos beneficios? Lo mejor que podemos hacer es consagrarnos a su servicio. Si lo amamos realmente estaremos dispuestos a negarnos a nosotros mismos para hacer su voluntad y cumplir la Gran Comisión llevando el evangelio a toda criatura.
La respuesta que Dios espera está en el Salmo 116:12-14, 17-18 “¿Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios para conmigo? Tomaré la copa de la salvación, e invocaré el nombre de Jehová. Ahora pagaré mis votos a Jehová delante de todo su pueblo. […] Te ofreceré sacrificio de alabanza, e invocaré el nombre de Jehová. A Jehová pagaré ahora mis votos delante de todo su pueblo”.
Por Andreina Fersaca