Para Dios la familia es esencial, es el principio básico de su manifestación de amor. Desde la creación vemos que una de las instrucciones que da Dios a Adán y Eva fue que se multiplicaran y llenaran la tierra, y así sucedió, pero no solamente se trata de procrear, la familia va más allá, tiene que ver con edificar y dejar herencia.
En vano sirve trabajar cada día si no tenemos una familia que habite en la morada que Dios tiene para nosotros. Muchos matrimonios se abstienen de procrear basado en razones como situación económica, inmadurez, trabajo, diversión y otras que en ocasiones son validad, pero el tiempo va transcurriendo y de nada vale edificar si nadie quedará después que tú.
La alegría de escuchar el llanto de un bebé al nacer no solo es de los padres y la familia del pequeño, Dios hace fiesta en los cielos, se trata del nacimiento de su creación, de su hijo formado en el vientre de su madre y de un integrante más al ejercito del Señor que llegó a cumplir su propósito. La Palabra dice en el Salmo 127: 3-5 que “He aquí, herencia de Jehová son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos; no será avergonzado cuando hablare con los enemigos en la puerta».
Nuestros hijos le pertenecen a Dios, son la descendencia y él está dispuesto a tomarlos de la mano para que sean saetas dirigidos por sus padres. Una familia bendecida es aquella que se deja usar por Dios, es la que juntos y en armonía involucran al Padre Celestial en todas las cosas y glorifican su nombre en todo tiempo.
La Palabra dice que la mujer es como la vid que lleva fruto para su casa. “Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa; Tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa”, Salmo 128:3, la vid es alegría y fructificación, una bendición que Dios le ha entregado a toda mujer.
Por Andreina Fersaca