El acuerdo del siglo ha sido revelado y los líderes palestinos deberían aceptarlo.
Por: Robert Nicholson – El dilatado documento de visión «De la paz a la prosperidad» del presidente Trump en pos de la paz entre Israel y Palestina no es perfecto, como sus partidarios en ambos lados podrán notar. Los palestinos están especialmente preocupados porque su estado futuro se describe como menos extenso, menos continuo y mucho más desagradable de lo que desearían. No obstante, no podrán negar que ofrece una vía clara hacia algo que jamás han podido lograr hasta el momento bajo el dominio árabe, turco o judío: la independencia absoluta.
Lo peor del nuevo plan de paz de Trump es que, en realidad, es un antiguo plan de paz con una Palestina de menor tamaño y moldeada de forma extraña. Los líderes árabes rechazaron el primer plan en 1947 (cuando el presidente palestino Mahmud Abás, quien después lamentó la decisión, tan solo tenía doce años). Tomaron esta decisión a pesar de que les ofrecían a los árabes de Palestina una porción mayor de las tierras entre el río Jordán y el mar Mediterráneo y también la codiciada zona montañosa central. La Asamblea General de las Naciones Unidas les concedió a los judíos una estrecha extensión de tierra (relativamente hablando) en la costa, una porción de tierra en Galilea y el amplio paisaje lunar del desierto del Néguev. Los judíos aceptaron, pero los árabes no.
Ciertos eventos posteriores completan la historia. En 1948 se fundó el pequeño Estado de Israel. A pesar de un comienzo difícil, la nación se convirtió en uno de los países más prósperos del mundo. Los ataques árabes frecuentes solo pudieron incrementar la determinación de Israel; irónicamente, también sus fronteras. Por su parte, los palestinos se quedaron sin un estado por causa de los jordanos y los egipcios que los gobernaron entre 1949 y 1967. Después, fueron sometidos a múltiples negociaciones de paz infructuosas a manos de líderes palestinos después de 1993. Casi tres décadas luego de que Yasir Arafat e Isaac Rabin se dieran un apretón de manos en el césped de la Casa Blanca, los palestinos están peor que nunca.
Algo es mejor que nada.
Fue un pensamiento pragmático lo que obligó a los judíos del Mandato británico de Palestina a aceptar el plan de partición de 1947, incluso si obtenían mucho menos de lo que habían esperado. Jaim Weizmann, el primer presidente de Israel, fue notorio al afirmar que aceptaría un estado «incluso si es del tamaño de un mantel». El presidente Abás y sus consejeros harían bien en adoptar ese realismo al considerar su respuesta a Trump.
Las personas son más importantes que la tierra.
Abás está en todo su derecho de rechazar el plan, pero deberá ofrecer una alternativa convincente y realista para instaurar el statu quo. Los datos de las encuestas revelan que un número en aumento de palestinos cree que el conflicto armado (Dios no lo quiera) es mejor que la «especie de paz» que la Organización para la Liberación de Palestina sostiene con el estado judío. Abás no es Hamás, pero debe mostrarle a su pueblo que la paz es una mejor vía y guiarlos en esa dirección.
Abás debe reconocer que lo que alguna vez fue posible ya no lo es más. Aquellos tiempos emocionantes de 1960-1970, donde Arafat nos fascinaba con pantallas de televisor color sepia, han quedado atrás. Incluso el suceso de Oslo a mediados de la década de 1990 y la oferta de paz de Ehud Barak en 2000 son historia. La mayoría de los estados árabes se han realineado con Israel en contra de Irán y Turquía y han abandonado la causa palestina, además de obligar a grupos como Hamás y la Yihad Islámica a buscar donantes no árabes para subvencionar su liberación de Jerusalén.
No permitas que lo perfecto obstruya lo bueno.
Si Palestina acepta el plan de Trump, incluso como la base para negociaciones futuras, ello les brindará unas fronteras dentro de las cuales desarrollar una base económica y política; un considerable paquete de ayuda internacional; una embajada estadounidense en el este de Jerusalén; y el comienzo del fin de una larga pesadilla. Si Palestina rechaza el plan, esto mermará su confianza, reducirá la esperanza de obtener su soberanía y le abrirá las puertas a otro período de violencia infértil. El siguiente mapa de Palestina, de haberlo, será aún más pequeño.
Siete décadas después de la Nakba, los palestinos necesitan un cuerpo: algo sólido, fijo y estable sobre lo cual construir un futuro. Como personas endémicas de la Tierra Santa, es lo menos que merecen. No obstante, las ilusiones nostálgicas de un éxodo judío masivo, una victoria árabe definitiva y el retorno a los felices días de antaño no tienen cabida aquí. Ya es hora de aceptar la realidad y de salvar tanto de Palestina como sea posible.
Comienza desde cero y construye. El mundo espera la oportunidad para ayudar.