Marie Griffin: mamá en botas de combate

Ser mamá es una experiencia maravillosa. Las sensaciones que se sienten son inexplicables y profundas. Ante todo, es una responsabilidad inmensa, seria y de gran trascendencia. Dios nos da ese pequeño regalo para amarlo, cuidarlo, educarlo y convertirlo en un ser de bien, buen ciudadano, buen hijo, esposo, etc. ¡Y gran parte de esto depende de nosotras! Quiere decir que por los próximos años de nuestra vida, hasta la muerte, tendremos una tarea que no respeta horarios. Es más, se trata de una tarea de preparación constante, múltiples horas de trabajo no remunerado, muchas lágrimas, pero también sonrisas y satisfacciones. Cosa que solo podemos hacer nosotras. Eso de que nadie es indispensable… ¡aquí no da resultado! Las mamás son indispensables, pero más indispensable aún es poseer la sabiduría y creatividad de Dios para hacer nuestra labor de la mejor manera posible y obtener buenos frutos… Aun así, el éxito no está garantizado.

El hijo sabio alegra al padre, pero el hijo necio es tristeza de su madre. Proverbios 10:1

Creo que la sociedad ha sublimizado el papel de la mamá desviándonos de la seriedad de nuestra responsabilidad y, de que como cualquier tarea seria, debemos prepararnos, tener estrategias y educarnos. Se nos ha enseñado que cuanto más sacrificadas seamos y más demos sin condiciones, seremos mejores mamás. Incluso, cuanto más mártir seamos, más se nos catalogará como buenas. ¡Casi se canoniza a la mujer que cede sus derechos como persona y se olvida de su propio bienestar para entregarse sin reparos a su papel de «mamá»!

Muy a menudo veo a estas santas madres criando hijos que se convierten en pequeños verdugos que no valoran el sacrificio de sus mamás. ¿A qué se debe esta realidad? Muchas veces las madres tendemos a confundir la concesión de privilegios con ser permisivas, el cuidado con la sobreprotección, y el dar con la compensación desmedida.

Claro está, también me he encontrado con madres dictatoriales por completo. Madres que ni siquiera tienen en cuenta la individualidad de cada niño. Al final, convierten a sus hijos en personas llenas de resentimiento y rebeldía:

Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos,
sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor
. Efesios 6:4

En mi caso, yo fui una de esas mamás que quería hacerlo todo bien y ser la más buena del mundo, pero lo cierto es que no me daba resultado. ¿Por qué? Porque casi siempre esos chiquillos son manipuladores por excelencia, y con una sonrisa tienen el poder de derretirnos para así lograr su cometido. No sé tú, pero a mí me sucedió. Todo fue de esa manera hasta que un día decidí pedirle al Señor que fuera el presidente de la «junta directiva» en este proyecto de vida que, en su momento, fue sobrecogedor y abrumador durante la crianza de mi hija. Entonces, Él vino como un huracán a reestructurar todo lo que yo creía que estaba bien y a poner orden.

Aún recuerdo el día que llorando en el auto le pedí a Dios que me ayudara a criar una niña de voluntad firme. Lo primero que me dijo Dios fue: «Ponte las botas de combate y deja de llorar. Estás tan preocupada por ser la mejor mamá que no estás poniendo atención a mi dirección, ni estás poniendo en práctica las instrucciones que tengo para ti en mi Manual (la Biblia). Si tus emociones no están en orden, este proyecto tampoco lo estará. No tienes estrategia, no estás buscando consejo sabio. Debes mantenerte siempre en tus cabales. Mantén una actitud tranquila, apacible y sosegada». A partir de allí, comenzó mi larga jornada de mamá como consejera, coach, doctora, psicóloga… ¿y por qué no?, amiga. Y ahora que mi hija es mamá espero que siga mis consejos y ejemplo, consciente de que aunque no todo salga como esperamos, hemos hecho lo mejor y podemos tener la certeza de que Dios honra el esfuerzo y las oraciones de las madres.

En este Día de las Madres, aprovecho la oportunidad no solo para solidarizarme con las mamás que lo entregan todo, sino para darles una palabra de ánimo, a fin de que sigan avanzando en la tarea más seria e importante que les ha dado Dios. ¡Adelante, mamá! ¡No te olvides nunca de buscar la dirección del Padre por excelencia quien ya te ha dado la victoria en la crianza de tus hijos!

Marie M. Griffin

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