Saúl fue el primer rey de Israel, escogido por Dios; pero él desobedeció al Señor dejando de escuchar sus lineamientos y su voz. Decidió complacer al pueblo y apartarse del mandato divino, lo que hizo que Dios ungiera a David como el próximo rey. La gracia y el favor de Dios estaban con David, lo que provocó que Saúl se sintiera envidia y enojo, quería matarlo, y el ungido de Dios tuvo que huir de él y su ejército.
Dice la palabra en 1 Samuel 22:1-2 “David se fue de Gat y huyó a la cueva de Adulán. Cuando sus hermanos y el resto de la familia se enteraron, fueron a verlo allí. Además, se le unieron muchos otros que estaban en apuros, cargados de deudas o amargados. Así, David llegó a tener bajo su mando a unos cuatrocientos hombres”.
David encontró refugio en ese lugar, pero no sabía que estaba entrando en la escuela de formación de Dios, allí en la soledad con Dios encontró consuelo, su carácter fue moldeado y fue restaurado. Esto nos muestra que en oportunidades debemos entrar como David a la cueva de Adulán, allí es donde Dios nos forma, moldea nuestro carácter, saca lo mejor de nosotros para luego mostrarle al mundo la transformación que el Señor hace con sus hijos.
En ese cueva donde estuvo David también llegaron buscando refugio, personas amargadas, endeudados, afligidos, en fin muchos que buscaban un cambio en su vida. David no los rechazó, al contrario, el Señor lo usó para que se transformaran en los “valientes de David”.
Es necesario que nos cansemos de la situación que estamos viviendo. Cánsate de la aflicción, de las deudas, de la enfermedad y otras cosas que te roban la paz. Cuando te cansas, esto será el punto de partida para que Dios pueda cambiar tu vida. Entra en el proceso de Dios, no será fácil, pero tú Padre Celestial luego de este cambio te promoverá y te dará cosas mejores que las que tienes ahora. No eternices tu situación, recuerda que las tormentas no duran para siempre.
Por Andreina Fersaca