La providencia de Dios sustenta nuestras vidas en nuestro caminar diario y muestra la protección de un padre que cuida de su niña especial. Por eso es guía cuando pasamos por desiertos, es fuerza cuando enfrentamos vientos impetuosos de calamidades y problemas. Es ayuda cuando cambia nuestra aridez en abundancia, cuando suple todo lo que nos falta y es paz cuando cambia nuestra tristeza en gozo.
La fidelidad de Dios muestra su naturaleza de amor, compasión y misericordia para con sus hijos. Por eso, nos sacó del lodo cenagoso del pecado y nos atrajo con lazos de amor para instruirnos y guardarnos. Nos redimió de la esclavitud del pecado para que fuésemos su pueblo, para que participemos de sus propósitos eternos.
“Porque la porción de Jehová es su pueblo; Jacob la heredad que le tocó. Le halló en tierra de desierto, y en yermo de horrible soledad; lo trajo alrededor, lo instruyó, lo guardó como a la niña de su ojo. Como el águila que excita su nidada, Revolotea sobre sus pollos, extiende sus alas, los toma, os lleva sobre sus plumas”, Deuteronomio 32:9-11
En este pasaje las alas de las águilas son un símbolo de la protección divina. Las águilas no sólo emplean sus grandes y robustas alas para planear en el aire sino que cubren a sus polluelos cuando soplan vientos fríos o para resguardarlos del inclemente sol. Así es la bondad de Dios y su preocupación por nosotros. El cuidado que el águila da a sus crías es un emblema del amor de Cristo que vino a darse a sí mismo para rescatarnos.
Si somos tan especiales para nuestro Dios, debemos ser entonces un pueblo santo, separado para Él, para servirlo y adorarlo. No hagamos lo que hizo el pueblo de Israel, que a pesar de la provisión sobrenatural de Dios en el desierto y su bendición en la tierra prometida lo abandonaron y adoraron dioses ajenos. No despreciemos la Roca que nos ha salvado que es Jesucristo y dependamos completamente de su gracia y amor divino. Esconder nuestro rostro de Él es quitar su protección de nuestras vidas. Recordemos lo que dice el Salmo 91:1 “El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente”.
Por Andreina Fersaca