Es natural que como padres velemos por el bienestar de nuestros hijos. Tenemos el encargo de guiarlos en la palabra del Señor, orientarlos en su proceso de crecimiento y formarlos en la verdad, aunque a veces, nos cueste su desprecio.
Constantemente nos exponemos a su rebeldía y aunque las intenciones de nuestro corazón es que tomen los caminos del bien, seremos desafiados por su altivez, orgullo y arrogancia, al enfrentarnos a un enemigo que a diario intentará destruirles su vida, influenciarlos de manera negativa y atraerlos al mundo, por medio de sus artimañas, solo porque son los niños consentidos del Señor.
La influencia nefasta de la publicidad a través de los diferentes medios de comunicación, la pérdida de los valores en las familias, el abandono de los padres frente a sus responsabilidades emocionales y económicas para con sus hijos, la ansiedad de tener una buena posición social y financiera que altera las prioridades del hogar; conllevan a que ellos crezcan solos, que sus consejeros sean sus propios amigos y que aprendan a enfrentar sus retos y ahogar sus penas con vicios como el cigarrillo, el alcohol, el sexo o las drogas.
Por lo anterior, debemos entender que ellos aprenden de nosotros cómo afrontar los retos de su paso por esta tierra. Es preciso armarnos de valor, librar la batalla en oración, cubrirlos desde la cabeza hasta los pies con palabras de afirmación y buenos consejos y corregirlos en amor de ser necesario. Aunque los incomodemos con nuestras instrucciones, es algo que no debemos dejar de hacer, porque cuando Dios nos llame a rendir cuentas, será mucho mejor decir que hicimos lo correcto como padres, aunque nuestros hijos, hayan tomado decisiones que los desviaran por el camino equivocado.
Por Andreina Fersaca