La misericordia de Dios nos alcanza todos los días

No importa cuál sea la situación por la que estemos pasando, en momentos de angustia y debilidad podemos clamar por la misericordia de Dios, refugiarnos en su amor, bajo la cobertura de su presencia. La fe en Dios es la base para todo lo que Él quiere darnos. Dios tiene el poder sobre todo y se interesa por cada uno de nosotros, por eso cumplirá su propósito en nosotros. Busquemos estar bajo su amparo en la noche de la duda y la tristeza.

Cuando David estuvo rodeado de enemigos en sus momentos de incertidumbre, clamó a Dios para que lo librara. Pongámonos en manos de Dios y pidamos que preserve nuestra vida y que nos guarde de todos los enemigos que atacan nuestro espíritu, alma y cuerpo.

A veces miramos las cosas de este mundo como las mejores y las llamamos tesoros, pero para el espíritu, comparados con los tesoros del cielo, son poca cosa. Bien decía el apóstol Pablo en Filipenses 3:8 “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”.

Cuando somos afligidos no tenemos por qué envidiar al hombre que tiene su porción en esta vida. Nuestra porción es el Dios de los cielos al que podemos clamar con confianza. Es mejor estar sin las riquezas de este mundo que sin Cristo y su Palabra. Recordemos que aunque haya mucha maldad en el mundo y predomine la injusticia, la misericordia de Dios prevalecerá. La bondad de Dios está disponible para sus hijos y su amor no cambia.

No hay ningún sustituto para la comunión con Dios, Él es nuestro refugio y seguridad; los seres humanos pueden fallarnos y defraudarnos, pero en Dios hallaremos misericordia. Bajo su protección estamos seguros y salvos. Conozcamos, amemos y sirvamos a nuestro Dios y nada ni nadie nos separará de su amor.

“Ten misericordia de mí, oh Dios, ten misericordia de mí; Porque en ti ha confiado mi alma, Y en la sombra de tus alas me ampararé hasta que pasen los quebrantos. Clamaré al Dios Altísimo, al Dios que me favorece”, Salmo 57:1-2

Por Andreina Fersaca

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