La historia de una prisionera cristiana en Corea del Norte: “Cada día es como una terrible pesadilla”

Prisionera cristiana

Los seguidores de Cristo en Norcorea afrontan grandes desafíos como la persecución por parte del gobierno, la comunidad en la que viven, los amigos e incluso familiares. La hostilidad se traduce en agresiones, muertes y detenciones para los seguidores de Jesús. Las detenciones de cristianos han aumentado, especialmente en Corea del Norte, Eritrea e Irán. Por ello, movilizamos a la iglesia en América Latina para que interceda y actúe en favor de los cristianos detenidos.

¿Cómo es la vida de los cristianos norcoreanos en prisión?

Por medio de la historia de una cristiana norcoreana, se puede  entender un poco más las dificultades a las que se enfrentan los seguidores de Cristo encarcelados. El siguiente es un relato real de una cristiana norcoreana enviada a prisión y luego a un campo de reeducación. En ese lugar se le dio el nombre de “Prisionera 42”.

Un sueño revela la herencia secreta de la fe

El primer cristiano que conocí fue mi abuelo, aunque entonces no tenía ni idea. Los domingos me decía que saliera de casa y jugara fuera. No entendía por qué.

Cuando huí a China por la hambruna de Corea del Norte, conocí a otros cristianos. Me conmovieron. Nunca hablaron realmente del evangelio, pero me uní a sus cultos. Entonces, una noche, soñé con mi abuelo. Estaba sentado en un círculo con otros hombres. En el centro había una Biblia y todos oraban. En mi sueño, le grité: “¡Yo también soy cristiana!”.

Un día, mientras caminaba por una calle, un automóvil negro se detuvo a mi lado. Pensé que el conductor quería indicaciones, pero él y otros hombres salieron del vehículo y me agarraron. Me resistí pero no pude escapar. Me empujaron dentro del carro y, cuando la puerta se cerró y el carro comenzó a andar, ahí me di cuenta de que mi vida había acabado.

Tras unas semanas en una celda china, me entregaron a las autoridades norcoreanas. Me llevaron a este centro de detención. Me desnudaron, registraron, y me afeitaron el pelo. Me ordenaron ponerme una ropa que no me quedaba bien ni combinaba, probablemente de un prisionero anterior. De ahí salió mi nombre: el número 42 estaba impreso en la blusa. Yo era una más en la línea de los prisioneros.

La vida como prisionera

Tu nombre es lo primero que toman. Luego te quitan la libertad, la salud y la ropa, la compañía, incluso el pelo. Y finalmente, te quitan la luz del día. 

Gota a gota, como un grifo que se va secando poco a poco, no te queda más que tu propia mente y tu cuerpo, e incluso estos serán destruidos finalmente. 

Mi nombre es Prisionera 42, el nombre que me dieron cuando entré en esta prisión de Corea del Norte. 

Todas las mañanas, a las 8, llaman por ¡42!. Cuando me pongo de pie, no se me permite mirar a los guardias. Debo levantarme, poner las manos en la espalda y seguirlos hasta la sala de interrogatorios. Puedo ver las sombras de los guardias, mantengo la cabeza abajo para no no parecer que los estoy mirando. 

Aunque todos los días ocurre lo mismo, cada vez tengo más miedo. Cada vez que me llaman por “42”, me golpean y patean. Lo que más me duele es cuando me golpean los oídos. El dolor es tan fuerte que permanece durante horas, a veces días. 

Pero por ahora, al menos continuo viva…

Los interrogatorios nunca terminan. Estoy en la sala de interrogatorios durante una hora cada mañana. Todos los días hacen las mismas preguntas.

“¿Por qué estabas en China? ¿A quién conociste en este país?”

“¿Fuiste a una iglesia? ¿Tenías una Biblia?”

“¿Conociste a algún surcoreano? ¿Eres cristiana?”

Cuando el interrogatorio termina, me llevan a mi celda. Hace calor durante el día y hace mucho frío por la noche, y en invierno o verano la temperatura puede ser insoportable. El espacio es tan pequeño que apenas puedo acostarme.

Pero de todas formas, no me es permitido estar acostada por mucho tiempo. Tengo que sentarme de rodillas, con los puños cerrados. Ni siquiera puedo abrir los puños. Ese lugar no es bueno para ningún ser humano, pero para los guardias no soy humana. Soy menos que un animal. Estoy encerrada en esta pequeña jaula, la pesada puerta y las cerraduras se cierran de golpe en cuanto entró, resonando en la tenue luz que nunca se aclara en este lugar.

Estoy en confinamiento solitario porque sospechan la verdad. Ellos pueden percibir mi realidad a través de mis negaciones en la sala de interrogatorios.

Porque amo a Jesús.

¿Que si soy cristiana? Sí, yo soy cristiana. Pero tengo que fingir. Si admito que fui ayudada por cristianos chinos, me matarán, rápida o lentamente.

PRISIONERA 42 

Una iglesia secreta en la cárcel

Hace un mes, estaba enferma, por eso me permitieron quedarme en un cuartel. Pensaba que estaba sola, hasta que noté una manta en la esquina que se movía. Había alguien debajo. Me acerqué con cuidado y escuché atentamente. Sus susurros eran apenas audibles pero familiares: ¡una mujer estaba orando!. Me retiré a mi colchón y la observé de cerca durante los siguientes días. 

Una semana después, estábamos trabajando en el campo. No había nadie cerca y me acerqué a ella y le susurré: “Hola, saludos en el nombre de Jesús”. Su rostro se puso blanco de sorpresa. Sabía que si alguien nos escuchaba, probablemente nos fusilarían a los dos en un instante. Pero al no ver a nadie alrededor, me dedico una sonrisa silenciosa.  

“Sabía que si alguien nos escuchaba,

 probablemente nos fusilarían a los dos en un instante”.

PRISIONERA 42

Formamos una iglesia secreta dentro del campamento. Cuando nos encontrábamos a salvo, orabamos el Padre Nuestro, recitábamos juntas las Escrituras y la oración de los Apóstoles. 

Ella era mucho más valiente que yo: hablaba a los demás de Cristo. Probablemente por eso, un día vino un coche a recogerla. Cuando la vi salir, supe que la llevaban a una prisión de máxima seguridad, un Kwan-li-so (Colonia política de trabajo penal en Corea del Norte). Nadie sobrevive al Kwan-li-so”. 

Esa fue la última vez que la vi.

“Dios ha velado por mí”

Aquí en mi cuartel Dios ha estado conmigo cada día, cada hora, cada minuto y cada segundo. Ayer me anunciaron que seré liberada. He servido dos años. Lo primero que haré cuando salga será buscar a mi marido y a mis hijos. Mis hijos son mucho más grandes ahora. Hace años que no nos vemos.

Debo confesar que Dios ha velado por mí. Él evitó que me rindiera. No era un grifo que se estaba secando – Jesús me dio Agua Viva para mantenerme en marcha. Él evitó que acabara con mi vida. 

PRISIONERA 42

La historia de la prisionera 42 le ocurre cada día a miles de personas en Corea del Norte. Puertas Abiertas calcula que hay entre 50.000 y 70.000 cristianos encarcelados en el país. A través de redes secretas en China, Puertas Abiertas proporciona apoyo espiritual y físico a los cristianos que pueden llegar a las casas seguras destinadas para cuidado de los mismos.

En estas casas los cristianos reciben formación y ayuda, algunos incluso regresan a Corea del Norte, fortalecidos en su fe. Gracias por apoyar a tu familia norcoreana y mantenerla en tus oraciones.

Fuente: Puertas Abiertas

Imagen de Portada: Referencial

¿Qué piensas de esta nota?


Publicidad