Israel se asienta como el Silicon Valley de Oriente Medio

En la tierra cuna de varias religiones se está desarrollando el credo económico del siglo XXI. Hace pocos días se publicó el ranking Insead-Ompi de los países más innovadores del mundo Israel se situó en el top ten. La economía israelí es una potencia tecnológica mundial.

Con una población similar a Catalunya, presume de unos números envidiables. Es el primer país del mundo por ingenieros y phD (doctorados) por habitante y lidera la concentración mundial de start-ups, una cada 19 km2 y por cada 1.400 personas. Israel es también el país que recibe la mayor inversión de capital riesgo per cápita, el doble que en EE.UU. y 30 veces más que España. Además, tiene más compañías en el Nasdaq que cualquier otro país fuera de los EE. UU., más que toda Europa, Japón, Corea, India y China combinados.

Facebook, Apple, IBM y Microsoft, entre un total de 400 multinacionales, han establecido en el país su centro de I+D. De sus tierras ricas de historia han nacido éxitos modernos como el USB, el Firewall y exitosas aplicaciones para el móvil como el Waze (propiedad ahora de Google) o Mobileye, que pertenece a Intel. Israel es un imán para atraer capital (el 70% del extranjero). En el 2018 levantó unos 6.000 millones de dólares en el sector de la Inteligencia Artificial, salud digital, Food Tech y Agritech, que son las áreas que más crecen.

La apuesta por la tecnología es también una salida necesaria, ya que el software es fácil de exportar y porque con los países vecinos, por razones políticas, el comercio es limitado. Hoy el 43% de las exportaciones del país proceden de este sector. Israel cuenta con la tecnología militar, base para la investigación privada. Como dijo Asaf Toker, ejecutivo de la firma de videos SeeVoov, “todos los israelíes tenemos que hacer la mili. Y allí aprendes a improvisar, a buscar soluciones y a ser creativo”. En la cultura hebrea esta actitud se llama jutzpá.

Este éxito no sería posible sin un eficaz partenariado público-privado. El organismo público Israel Innovation Authority cubre hasta el 85% de los fondos necesarios en las fases iniciales de las start-ups, sin recibir participación en las empresas. Además, las universidades tienen asociados los llamados Tech Transfer Offices, unas firmas privadas de propiedad de los centros universitarios que se dedican a licenciar y gestionar las patentes para que sean un éxito comercial. Suele ser habitual que profesores funden o estén en start-ups o fondos.

“La vinculación entre investigación, fondos, start-ups y corporaciones globales es espectacular y si le sumas la implicación del Estado, la colaboración público-privada da unos resultados impresionantes”, dice Josep Salvatella, de la consultora Roca&Salvatella que ha organizado recientemente una misión en Israel. “La concentración en un territorio tan pequeño de inversión y talento genera unos comportamientos y pautas culturales orientadas a la innovación y a la venta, que a veces encuentro a faltar en nuestros entornos universitarios, donde parece que si la investigación se orienta al mercado se corrompe”.

Hay indicios de cierta saturación: después de varios años en los que se establecían más de 1.000 start-ups cada año, el número empieza a descender (ahora estamos cerca de 800). Los inversores prefieren ahora elegir menos empresas y darles más capital, hay más selección.

También se debate sobre la herencia que dejan estas start-ups en la economía de Israel. Si muchas de ellas acaban vendidas al mejor postor (extranjero en la mayoría de casos), ¿qué queda en el resto del país? “Israel es una isla económica lejana de las cadenas de suministro global. Sin la competición, las firmas israelíes de otros sectores tienen pocos incentivos en invertir con lo que los consumidores no perciben los beneficios. Por ello, es imprescindible reforzar los vínculos de las start-ups con los negocios locales que no sean estrictamente tecnológicos”, dicen desde la Israel Innovation Autority. Una buena lección, de la que puede aprender Barcelona.

Fuente: Unidos por Israel