Una travesía por Tierra Santa, en un raid histórico y religioso que va desde la milenaria Jerusalén, pasando por las ruinas de Masada y la Galilea de Jesús hasta Tel Aviv, moderna y cosmopolita.
Viajar a Israel es como degustar un bocado pequeño en el que cabe una amplia gama de sabores. Un destino para paladares exóticos y tradicionales. Una travesía que implica aristas históricas y religiosas, urbanas y playeras.
Israel es una pequeña porción de tierra que abarca 20.700 kilómetros cuadrados y que ostenta en las últimas décadas un crecimiento demográfico notable. Hacia 1990 eran cinco millones de habitantes, y hoy se contabilizan unos nueve millones, de los cuales el 77 % son judíos, el 20 % árabes -de los cuales el 95 % son musulmanes sunitas; y el resto cristiano- y un tres por ciento cristianos no árabes, como los armenios.
A pesar de estar ubicado en Medio Oriente, buena parte de sus habitantes se consideran más cerca de Europa “En Naciones Unidas pertenecemos al bloque europeo y en deportes competimos en Europa”, ejemplifica el guía de turismo Gabriel Waserman, argentino radicado en Israel hace más de dos décadas.
Israel es un país “nuevo”: el 14 de mayo cumplió 70 años de la fundación de su Estado. Pero esta tierra es antiquísima, todos los grandes imperios de la Antigüedad quisieron conquistarla y todos dejaron vestigios. A cada paso hay una historia. A cada excavación, un hallazgo que puede revelar un dato desconocido.
Inspiración en Jerusalén
Llegar aquí implica hacer a un lado las creencias predeterminadas y dejarse llevar por siglos de historia que anidan en sus entrañas para creer, aunque sea por un instante, en todo lo que vemos, oímos y sentimos. Porque aquí, cada piedra es sacrosanta.
Jerusalén es un hito sagrado, una epifanía constante. Una ciudad donde caben historias de reyes e imperios, conquistas, caídas y resurrecciones. Santos, profetas, mesías y peregrinos. La cuna del judaísmo, el islam y el cristianismo. El inicio del monoteísmo.
Jerusalén es sagrada como el Muro de los Lamentos para los judíos, aquel vestigio del segundo templo construido por Herodes y destruido por los romanos hacia el año 70 d.c. donde a los hijos de Abraham se les permitía venir una vez al año para lamentarse por su destrucción. El Muro es un fragmento del viejo santuario donde creyentes y no tanto acuden a pedir deseos, depositando ese anhelo con fe ciega en trozos de papel enrollados entre los orificios de estas piedras que veinte siglos después aún se encuentran en pie.
Jerusalén es tan sagrada como la Iglesia del Santo Sepulcro, donde los peregrinos se deshacen en plegarias y aguardan largas horas en una hilera alrededor de la tumba de Cristo para pasar unos breves instantes a su lado. Jerusalén es también sagrada como la Mezquita de Al Aqsa, la más grande e importante en Tierra Santa; y el Domo de la Roca, aquella cúpula dorada, una de las postales de esta ciudad, desde donde el profeta Mahoma ascendió a los cielos para recibir las plegarias de Alá.
Por más ateo o incrédulo que uno sea, aquí es inevitable vibrar con el halo místico que impregna todos y cada uno de los rincones en donde se mezclan los rezos y cánticos de los judíos ortodoxos con las plegarias que se oyen desde los altavoces de las mezquitas a la hora de cada uno de los cinco rezos diarios que deben hacer los practicantes el islam, y las oraciones y súplicas de los fieles cristianos dentro de las iglesias y capillas.
Transitar esta babel de cuatro barrios bien definidos -el judío, el armenio, el cristiano y el árabe- contenidos dentro de esta muralla con ocho puertas de entrada, prestarse al juego del regateo en el mercado que se extiende a lo largo de varias callejuelas; recorrer la Explanada de las Mezquitas, y el vecindario árabe alrededor es un viaje en el tiempo al que hay que entregarse liviano.
Valientes en Masada
La postal de una Jerusalén soleada desde el mítico Monte de los Olivos resulta una buena despedida antes de partir a Masada, un complejo arqueológico ubicado en el camino hacia el Mar Muerto que es Patrimonio de la Unesco desde 2001. Para llegar, hay que recorrer unos cien kilómetros a través de la ruta 90, que es la más extensa de Israel y abarca unos 470 kilómetros de norte a sur.
En esta montaña solitaria en medio del desierto de Judea, con vista al Mar Muerto, Herodes construyó una ciudad palaciega, que luego sería usada como refugio por los rebeldes del último foco de la rebelión judía del siglo I. Una resistencia que terminó en un suicidio colectivo. “Aquí estuvieron los últimos judíos libres en esta tierra, hasta que se fundó el Estado de Israel”, dice el guía, antes de abordar el teleférico que conduce a la cima.
La ciudadela tenía palacios de lujo, una sinagoga, salas de baño, almacenes para acopiar comida, y gigantescas cisternas para almacenar el agua que escasea en estas tierras. Aquellos almacenes y cisternas fueron factores clave en la resistencia frente al asedio romano.
Derrotado Herodes y destruido el templo de Jerusalén, surgió un guerrero que agitó la revuelta y se convirtió en el líder de la resistencia. Eleazar Ben Yair fue quien durante el largo sitio, ya sin chance de salir sin caer bajo el yugo romano, instigó a los suyos al suicidio colectivo: “Es mejor suicidarse que vivir en la vergüenza y humillación como esclavos de los romanos”.
Como el suicidio está mal visto por el judaísmo, cada hombre tuvo que matar a su familia, y posteriormente eligieron a diez de ellos para quitarle la vida al resto. Finalmente, entre estos diez eligieron de nuevo a uno que acabó con la vida de los demás y prendió fuego a la fortaleza, con excepción de los víveres. Así, demostrarían a sus enemigos que actuaban por convicción y no por desesperación. Sólo una mujer y sus dos hijos sobrevivieron escondidos y fueron quienes relataron las últimas palabras de Eleazar al enemigo.
Aquel mar que no es mar
Iam Ha Melaj es su nombre en hebreo, que significa Mar Salado y no Mar Muerto, como se lo conoce en español. Y bañarse aquí resulta el mejor epílogo para una extensa jornada. Claro, su porcentaje salino llega al 28 por ciento, diez más que el del Océano. Por eso es que a sus aguas se les adjudican propiedades curativas, sobre todo para la piel y enfermedades como las reumáticas. Entonces los turistas se untan de pies a cabeza con el barro de sus playas, y pasan horas flotando sobre ese colchón de líquido espeso sin esfuerzo alguno. Unos entran con cerveza, otros con un libro, otros simplemente reposan boca arriba y dejan que las sales trabajen sobre sus cuerpos.
El Mar Muerto, que en realidad es un lago, es el más bajo del mundo. Se ubica en una depresión que hoy se encuentra a 430 metros sobre el nivel del mar, y está en franco retroceso: se estima que baja un metro por año. Tiene unos ochenta kilómetros de norte a sur y unos veinticinco de este a oeste, que se comparten con Jordania. Su profundidad máxima, aunque muy difícil de medir, serían unos trescientos metros.
Sobre la costa hay centros comerciales que venden productos cosméticos elaborados con sus minerales y una buena cantidad de grandes hoteles con acceso a las playas, que ofrecen tratamientos de salud.
En este atardecer primaveral, la playa está semidesierta. Más allá, un puñado de turistas, locales y visitantes, judíos y árabes, comparten las sulfurosas aguas de este espejo de agua. Algunas mujeres árabes se bañan con sus túnicas puestas, cubiertas de pies a cabeza. Son las cinco de la tarde y ya no hay salvavidas; la playa cierra literalmente. Es hora de partir.
Galilea, la tierra de Jesús
Quienes hayan leído alguna vez la Biblia, sabrán que Jesús pasó buena parte de su vida en estas tierras. Aquí nació, predicó, multiplicó los panes y los peces, auguró bienaventuranzas y hasta caminó sobre su lago insignia, el Tiberias, al que también le dicen mar: el Mar de la Galilea. Se puede decir que esta región, que obsequia hermosas vistas en las alturas del Golán, que es atravesada por el mítico río Jordan, es la cuna del cristianismo. Y es por eso que esta porción norteña del país es uno de los centros de peregrinación más visitados de Israel.
Para llegar desde el sur hay que atravesar el desierto de Judea y viajar más de doscientos kilómetros por la Ruta 90. Galilea concentra varios sitios de interés, comenzando por la ciudad cabecera, Tiberias, con su oferta hotelera y gastronómica, sus balnearios que durante el verano se pueblan, y la opción de dar un paseo en barco por este otro falso mar, que cuando hay viento genera olas que lo asemejan.
Las ruinas de Beit Shean son parte de una ciudadela con vestigios de la etapa romana y bizantina que se destaca por su teatro y su Cardo -la típica calle principal que se puede encontrar en las ciudadelas romanas-, flanqueada por grandes columnas a sus lados; un anfiteatro y baños romanos. Muy cerca se encuentra Magdala, el paraje donde habría vivido María Magdalena y donde poco tiempo atrás se descubrió un templo del siglo I, que constituye uno de los hallazgos arqueológicos mÁs significativos de los últimos tiempos.
En Cafernaum, otro de los sitios de peregrinación masivos, se destacan las ruinas de la sinagoga blanca. El lugar fue uno de los predilectos de Jesús para sus prédicas y milagros, y es donde está ubicada la casa de Pedro. El Monte de las Bienaventuranzas, donde Jesús pregonó el sermón de la montaña, el sitio que eligió para pedir por el bienestar de los más humildes, también se ve repleto de fieles. Ocho fueron las veces que pronunció la palabra bienaventurados, y es así que la iglesia católica construida por el arquitecto italiano Antonio Barluzzi en 1937 está erigida en forma octogonal. No es este el único detalle: también está orientada al sur -y no hacia el este, como la mayoría de los santuarios cristianos- como para que los creyentes puedan situarse en el mismísimo lugar en el que hablaba el Mesías cada vez que recitaba estos versos. Y así, sentarse en la ladera de la colina y contemplar aquel lago donde Jesús caminó, aquellas montañas donde deambuló.
Tel Aviv no descansa
Si las marcas registradas de Israel son la religión y su sentir milenario, Tel Aviv, fundada en 1908, capital económica y financiera, ciudad cosmopolita por excelencia, es el reverso. A diferencia de Jerusalén, antigua y conservadora, esta urbe, a tan sólo 65 kilómetros de la Ciudad Santa, es moderna y liberal. “Es una sociedad súper abierta -explica el guía Waserman- De hecho, acá se celebra uno de los festivales del orgullo gay más grande de Europa”. Tel Aviv, que significa colina de la primavera, es el reino secular en un país marcado a fuego por la religión.
A pesar de ser pequeña y estar densamente poblada, no resulta caótica. Su tránsito se ve favorecido por el amplio uso de bicicletas y bicimotos. Tiene amplios bulevares, un delicado equilibrio entre los hoteles cinco estrellas, los rascacielos y edificios racionalistas de la Bauhaus, y una costa de catorce kilómetros frente al mar Mediterráneo, un tesoro que sus habitantes veneran. Se nota cómo lo disfrutan durante sus atardeceres de fuego, como aprovechan la arena y la explanada costera para andar en bicicleta y en rollers, para correr, jugar al fútbol, al voley, y el deporte que es furor: la pelota-paleta.
Tel Aviv es agitada. Y eso se nota en este viernes previo el shabat, el día sagrado y consagrado al descanso. Si en Jerusalén cierra todo, aquí todo permanece abierto. Basta dar una vuelta por los bares de la calle Rothschild y sus alrededores, la zona donde se concentran la mayoría de locales nocturnos, para comprobarlo.
Aunque hay un sitio que sí cierra temprano, y no abre hasta el domingo. Es el fascinante Mercado de Carmel, el costado oriental de la ciudad más occidental. Entonces, en este viernes hay que apresurarse a recorrerlo antes de las cuatro de la tarde, para perderse en este laberinto de colores, sabores y aromas, donde se consigue de todo: especias, carnes y verduras frescas; comidas típicas, souvenirs, artesanías, vestimentas.
La vida cultural aquí es amplia. Este año se celebró la décima edición del festival Fresh Paint, exposición de arte y diseño más grande del país, que cuenta con la participación de galerías locales y foráneas, y donde se les da un impulso notable a los artistas jóvenes. La oferta más clásica se encuentra en los Museos de Eretz Israel (Tierra de Israel) y el Museo de Arte de Tel Aviv, con colecciones permanentes muy valiosas y exhibiciones itinerantes de primer nivel. Mientras que la movida alternativa de arte y diseño emerge con fuerza en los barrios de Noga y Neve Tzedek, que tienen diversidad de tiendas con espíritu emprendedor.
Finalmente, no se puede uno ir de aquí sin pasar por Yaffo, el casco histórico, uno de los puertos más antiguos de Medio Oriente. Luego de su restauración y revalorización, este pintoresco barrio de casas de piedra resulta un agradable paseo en el que se puede ir del pasado al presente en unas pocas cuadras, a través de mezquitas e iglesias centenarias, ruinas, un mercado de pulgas con más de 150 puestos que mezclan alfombras persas, telas del Lejano Oriente, muebles usados, recuerdos religiosos, galerías de arte y originales museos como el de la ecléctica artista local Ilana Goor.
Fuente: Unidos por Israel