Se trata del epílogo de una historia increíble. Una nieta de inmigrantes húngaros pudo develar quién era el misterioso muchacho que aparecía en una antigua foto familiar. La tragedia de una familia destrozada por la guerra, el racismo y el secreto.
En todas las familias hay secretos, pero en las de los sobrevivientes del Holocausto el silencio es más frecuente y difícil de quebrar. La intensidad del dolor hace que para las generaciones que lo atravesaron sea difícil hablar aún de las pérdidas más cercanas.
Con frecuencia, en cambio, son los nuevos miembros de la familia (nietos o aún bisnietos) los que empiezan a investigar y desentierran verdades. Es el caso de Alex Appella, una artista y encuadernadora quenació en una zona rural de Oregon, en una familia de inmigrantes húngaros que había llegado a California vía Cuba desde Transilvania en 1931.
En la década del ’80, una Alex adolescente estaba tomada por una cantidad de preguntas sobre la historia familiar. Pero sus abuelos húngaros habían muerto antes de que ella naciera. El único vivo era unhermano menor de su abuelo Jëno, que se había radicado en la Argentina. Una foto antigua de cuatro chicos incluía a alguien que ni su madre reconocía. “Ella siempre creyó que solo tenía dos tíos -Janosz e Imre-, además de una tía muerta en la guerra”, relata Alex. Su abuelo Jëno, sus hermanos Janos, Imre. Entonces, ¿quién era el cuarto, el desconocido que aparecía en ese retrato?
“En los diarios de mi abuelo aparecía siempre un nombre, Arpad, sin ninguna explicación”, continúa. La incógnita crecía. El único que podía develar el misterio era Janos, pero vivía a miles de kilómetros de distancia, tenía ya ochenta y cuatro años y estaba enfermo.
Sin embargo, sin saber si iba a acceder a contar la historia verdadera de la familia, Alex viajó y corrió el riesgo de que Janosz le cerrara la puerta en la cara. Era 1994.
En la Argentina
Janos tenía, en efecto, un carácter áspero. Era racional y estructurado. «Me miraba fijo con sus amenazantes ojos del color del hielo. Refunfuñó un poco”, recuerda Alex. Pero llevó a esa chica, su sobrina nieta, a su escritorio y corrió el velo del misterio, después de escuchar sus preguntas titubeantes. Arpad era un cuarto hermano, esa era la verdad.
Alex se enamoró, se quedó en la Argentina y se radicó en las sierras de Córdoba después de viajar con su marido músico desde Alaska por toda Lationoamérica. Un día, decidieron detenerse, y lo hicieron cerca de Carlos Paz. En medio de la crisis de 2001 iniciaron un emprendimiento de encuadernación que los sostiene.
Alex nunca abandonó la misión de reconstruir la saga familiar. Reunió durante años relatos, cartas, fotos, mapas, recuerdos y dibujos. Con eso y las pinturas que, inspiradas en los recuerdos de Janos, hizo una tía, armó un libro objeto de collages de edición limitada que publicó primero en inglés, su idioma natal, en 2006.
En 2012, se editó en español, y Alex tuvo una idea especial. Construyó con el libro y otros materiales, entre ellos una guía didáctica, una valija, una biblioteca ambulante que envía en préstamo para que docentes o bibliotecarios traten el tema de la memoria y la identidad.
Nunca es triste la verdad
La verdad sobre Arpad era amarga: había emigrado de Hungría a Palestina y la familia -tanto la rama de Estados Unidos como la de la Argentina- lo habían ocultado por temor a ser identificados como judíos en los años del nazismo. Alex y su madre viajaron a Israeldespués de su muerte y todo el pueblo donde había vivido salió a recibirlas. “Sabíamos que algún día ustedes vendrían“, les dijeron, emocionados.
Alex creció sin saber que su abuelo era judío. Y los hijos de Janos en la Argentina tampoco lo supieron. “El problema no era tanto admitir su identidad, sino aceptar delante de vecinos y conocidos que habíamos mentido” explicó.
La hermana mujer de los cuatro hermanos de la foto no había “muerto en la guerra” simplemente como contaba la historia familiar. Había sido asesinada por los nazis: ella, su esposo y sus hijos.