En los tiempos de comunicación masiva instantánea a través de mensajes de texto de alcance global, o de perpetuación de mensajes fotográficos, o de video en distintas plataformas de internet, nos quedamos con la impresión de que esa comunicación nos acerca y contribuye a nutrir nuestras relaciones personales.
Aunque esto es relativamente cierto (algunas personas han optado por utilizar estos medios para la comunicación entre familias, amigos, antiguos compañeros de trabajo, etc.), la realidad es que esta forma de comunicarnos no ha reemplazado en lo absoluto las interacciones personales, las conversaciones profundas, el mirarnos cara a cara, el estrechar nuestras manos fervientemente, o el efecto de un abrazo fuerte y sincero.
Solo basta mirar lo que ha sucedido en los dos años pasados. La pandemia que nadie quiere recordar —pero de la que todos hemos al menos hablado y en millones de casos sufrido— demostró que, si bien fue posible continuar comunicados o intentar comunicarnos vía remota y digital, los efectos de un aislamiento forzado y el evitar el contacto cercano con otras personas se sintieron. O quizá sea mejor decir que se resintieron, en áreas tan importantes como la educación en los niños y jóvenes, las relaciones y la dinámica laborales. Probablemente con el efecto más dramático, las relaciones personales entre cónyuges, amigos y familiares. Varias estadísticas reflejan resultados negativos en todas esas áreas. Algunas de esas estadísticas son realmente dramáticas. Da la impresión que mientras más impersonal sea la relación, más conveniente resultó la comunicación remota digital.
Es en este contexto que ponderar el estado de nuestra salud y crecimiento espiritual resulta algo sumamente importante. ¿Se puede crecer espiritualmente en medio del aislamiento? ¿Se puede llevar a cabo el discipulado de manera efectiva? En en caso afirmativo, ¿la interacción cercana y constante con otros creyentes puede producir o propiciar más el crecimiento? Para la autora Melissa Kruger, la última pregunta debe ser respondida con un absoluto afirmativo, particularmente si se trata de compartir la jornada espiritual con creyentes de mayor madurez y experiencia:
«Cuando una creyente mayor muestra su sabiduría, comprensión y amor por el Señor, la creyente más joven aprende de su experiencia. La mentoría ayuda a plasmar los mandamientos de las Escrituras. Ver a una mujer mayor que vive la bondad, el amor, el gozo y la mansedumbre da forma a tales palabras para que podamos observar cómo se ven en acción. La buena noticia sobre el discipulado es que el aprendizaje no es solo para la discípula: ¡la mujer mayor también crece! Mientras describe la fidelidad de Dios y enseña la Palabra de Dios, su propio corazón se renueva y se aviva. Crecer juntas en una relación centrada en Cristo fomenta una relación más íntima con Jesús tanto para la mujer joven como para la mayor».
La relación mentor-discípulo ha demostrado ser el método más efectivo para transformar la vida de la gente, una persona a la vez. La historia del Señor Jesús y de su interacción con quienes se convertirían en los mensajeros iniciales de su evangelio es la mejor muestra de un hecho: un discípulo de Jesucristo que a su vez discípula a otro contribuye a un efecto en cadena capaz de, al igual que ocurrió en el primer siglo de nuestra era, literalmente trastornar al mundo (Hechos 17.6). Solamente para gloria del creador y redentor de la vida. Melissa Kruger tiene mucho que decir al respecto.
Más información aquí sobre este tema en «Creciendo juntas», el libro escrito por Melissa Kruger y publicado por Editorial Portavoz.