Reconocer nuestros propios sentimientos pecaminosos nos señala mirar hacia dónde provienen. La codicia es uno de ellos y deja poco espacio para que crezca y florezca algo bueno en una vida de descontento.
“La trampa de la comparación puede aparecer cuando menos la esperamos: en la residencia estudiantil, el lugar de trabajo, el patio de recreo, la guardería de la iglesia, la tienda de comestibles e incluso la sala de espera del hospital. Dondequiera que miremos, somos bombardeadas con la necesidad de tener más. Este sutil juego de la comparación, si lo dejamos fermentar en nuestra alma, puede comenzar a echar raíces y florecer hasta convertirse en una vida de descontento y dolor. La raíz del problema es el pecado de la codicia, un pecado que puede parecer intrascendente en comparación con el resto de los Diez Mandamientos. Sin embargo, es como la gota de agua que se puede filtrar en la pequeña grieta de una roca. Una vez que se congela, puede causar una fisura que dañe la roca y la parta en dos”, dirá Kruger.
A lo largo del libro la autora habla de manera sencilla y profunda de cómo el pecado carcome el alma y cómo Dios renueva el corazón de aquellas personas que buscan hacer su voluntad, aún en temas tan inquietantes y humanos como estos. “Un corazón codicioso languidece, —dice Melissa—nunca está satisfecho y siempre quiere más. Nuestro mayor problema no son nuestras circunstancias, sino la ceguera y la dureza que se apodera de nuestro corazón”.
“La envidia de Eva”, es un libro maravilloso para estudiar y autoevaluarnos. Una obra escrita con una transparencia plena y el deseo de un corazón de agradar a Dios desde lo más íntimo del ser. La codicia ahoga el fruto del Espíritu en nuestras vidas, permitiendo que florezca el descontento. La clave para vencer es llegar a la raíz de nuestro problema: la incredulidad (la desconfianza en la soberanía y la bondad de Dios). Un recurso ideal para un estudio más profundo o la discusión en grupo.