Por José Ignacio Rodríguez
La existencia es un cúmulo de acciones tendentes a lograr unas metas y objetivos, que nos permitan encontrar el sentido de la vida. La experiencia individual no siempre afectará o formará parte de una colectividad, grupo u organización. No siempre lo particular afecta a lo general. Lo más probable es que la experiencia colectiva si forme parte de la historia personal, de cada uno de nosotros. Israel tiene una historia como pueblo o nación que ha afectado en el pasado y seguirá afectando en el futuro, a cada uno de sus hijos.
Todos los judíos, repartidos por el mundo, están vinculados por las experiencias colectivas, que como nación han pasado. Una historia, la de Israel, que a modo de sueño comunitario fue creciendo en cada corazón de sus hombres y mujeres. Un sueño transmitido, de generación a generación. Un gran sueño colectivo con intereses comunes a todos los judíos. Un sueño que no se quedó en una idea o una esperanza. Un sueño visionario, que seguirá alcanzando a muchos.
Los sueños de unos pocos siempre se han enfrentado al empuje desmotivador de los muchos. El Pueblo de Israel es muy pequeño, geográfica y demográficamente, en comparación con la mayoría de las naciones. Una limitación matemática que no ha sido ningún impedimento para mantener en el tiempo el gran sueño colectivo de “una patria segura para el Pueblo Judío en la Tierra de Israel”. No hay sueños que puedan perderse si se mantienen en el corazón de todos los componentes, de un pueblo tan particular como es Israel. Un sueño sostenido por condicionamientos éticos, morales y espirituales basados en un cierto principio por el cual a mayor insistencia siempre se ejerce, una mayor resistencia. Resistir o desistir ese es el dilema.
Toda la presión insistente y continua contra Israel, entiéndase los judíos, ha generado una mayor resistencia a dejarse asimilar. Una asimilación que ha tomado históricamente la forma de potencias colonizadoras imperiales, grupos de presión económicos, grupos terroristas u organizaciones de carácter filosófico. La fuerza de la razón israelí, para alcanzar los sueños de generaciones pasadas, sigue vivo y tal vez más fuerte que nunca, en este periodo histórico del moderno Estado de Israel. Si los judíos no hubieran perseverado y transmitido, a todas sus generaciones, el sueño de tener una Patria Nacional Judía hoy no estaríamos contemplando la milagrosa reconstrucción del Estado de Israel.
Los intereses comunes de cada judío están inseparablemente ligados a la consecución de los intereses comunitarios, que dan identidad a toda la Nación de Israel. El ADN de cada mujer y hombre judío forma un carácter único, aunque sus componentes sean muchos y diversos. Las más íntimas intenciones, metas, proyectos, con todo lo que conllevan, han permitido mantener en el tiempo esos intereses colectivos. Unos intereses comunitarios que han distinguido a cada uno de los judíos independientemente de los trasfondos adquiridos, en sus diferentes lugares de nacimiento. El distintivo judío no se pierde independientemente de la nacionalidad, que le vio nacer.
Un Pueblo como Israel, que ha sabido hacer virtud de los más terribles acontecimientos, de su historia y vencer sus miedos. Un Pueblo que ha logrado lo más trascendente en la vida de todos los seres humanos, sean o no judíos, que es dar a cada uno según sea su necesidad. Todos los sueños que tenemos deben encaminarse a la llamada justicia social, que no es otra cosa que un verdadero sentido de humanidad, con nuestros semejantes. Compartir y repartir el gran sueño colectivo de Israel es una responsabilidad personal de todos aquellos, que son sencillamente seres humanos. Gracias sean dadas a Israel por hacernos soñar con las grandes esperanzas, que anhela toda la humanidad, y que nos permiten encontrar el sentido de la vida.