La reconciliación no es posible sin el perdón. El orgullo, el resentimiento y el deseo de venganza son obstáculos que solo se vencen con el amor de Cristo. Pablo aconseja:
“Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros”
(Colosenses 3:13)
El perdón no niega el dolor, pero lo entrega a Dios. Reconciliarse no siempre significa que todo volverá a ser como antes, pero sí que el corazón ha decidido sanar y dejar de alimentar el rencor.
5. El ministerio de la reconciliación: Nuestra misión como iglesia
Dios no solo nos reconcilió con Él, sino que nos encomendó ser agentes de reconciliación:
“Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”
(2 Corintios 5:20)
Cada creyente es un embajador del perdón, un puente entre el cielo y los corazones heridos. La iglesia está llamada a ser un espacio donde el amor, el perdón y la restauración sean vividos y predicados.
Conclusión: Reconciliar es reflejar el corazón de Dios
La reconciliación no es fácil, pero es el camino de Dios. Nos desafía a dejar el orgullo, a perdonar como fuimos perdonados y a buscar la paz como fruto del Espíritu. En un mundo roto, los cristianos están llamados a ser constructores de puentes, no de muros.
La pregunta es:
¿Hay alguien con quien necesitas reconciliarte hoy?
Recuerda que Dios no esperó a que el mundo cambiara; Él tomó la iniciativa. Que Su amor sea el motor que nos impulse también a nosotros a buscar la restauración.