Dios dice en su palabra que en el mundo tendremos aflicciones pero que Él ha vencido el mundo. Esto quiere decir que en nuestro caminar en la vida vamos a experimentar momentos de amargura, tristeza, soledad, enojo, desesperanza, incredulidad, en fin muchos episodios en los que sentiremos que serán eternos. Pero la promesa del Señor es que Él es el vencedor de todas esas cosas, más poderoso es Él que tu momento.
A veces lo damos todo por perdido, nos rendimos y decidimos no avanzar. Es como cuando un equipo de fútbol está perdiendo el partido en los últimos minutos y se rinden sin esperanzas de tener la victoria. Pero el juego no termina antes de que el árbitro haga sonar pitazo final. Así hace Dios nos nosotros, Él quiere que luchemos hasta el final con fe, porque Él es el único que da por terminada la batalla. Los milagros ocurren en el momento perfecto y en el tiempo preciso. Dios no da nada por perdido.
Creemos también que por haber cometido algún error o porque no somos lo suficientemente fuertes Dios nos desecha, pero no es así, nuestro Padre no rechaza a nadie, al contrario, cuando los demás nos rechazan, Dios nos espera con los brazos abiertos, nos perdona y restaura nuestras vidas. De lo despreciado toma Dios y lo transforma para su Gloria.
Seamos como David que clamo a Dios en medio de su angustia y escrito está en el Salmo 57:13 “Ten compasión de mí, oh Dios; ten compasión de mí, que en ti confío. A la sombra de tus alas me refugiaré, hasta que haya pasado el peligro. Clamo al Dios Altísimo, al Dios que me brinda su apoyo. Desde el cielo me tiende la mano y me salva; reprende a mis perseguidores. Dios me envía su amor y su verdad”.
Debemos avanzar en el destino que Dios ha prometido. David era un experto en fortalecerse en el Señor. Él aprendió a confiar en el Dios todopoderoso, él primero se fortalecía y luego salía a la batalla. Sigamos sus legamos y confía.
Por Andreina Fersaca