Cuando el profeta Samuel fue a Belén a ungir a uno de los hijos de Jesé para ser el próximo rey, Samuel vio al hijo mayor, Eliab, y quedó impresionado por su apariencia. El profeta pensó que había encontrado al hombre correcto, pero el Señor rechazó a Eliab. Dios le recordó a Samuel su palabra en 1 Samuel 16: 7 “Y Jehová respondió a Samuel: No hay migajas a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; porque el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”
Entonces Samuel preguntó si había más hijos. El niño más joven no estaba presente, pero cuidaba las ovejas de la familia. Este hijo, David, fue convocado y el Señor ordenó a Samuel que lo ungiera.
A menudo miramos a las personas solo a nivel superficial y no siempre nos tomamos el tiempo para ver su belleza interna, que a veces está oculta. No siempre valoramos lo que Dios valora. Pero si nos tomamos el tiempo para mirar debajo de la superficie, podemos encontrar un gran tesoro.
Así mismo ocurre en el océano, a simple vista parece sólo agua, pero si miramos al fondo conseguiremos las bellezas que Dios creó, como peces, piedras preciosas y riquezas marinas.
Mucho antes de que Samuel buscara un rey entre los hijos de Jesé, Dios estaba enseñando a sus hijos a ver debajo de la superficie de nuestra piel. Desde los días del Edén, Él ha estado mostrando a personas como nosotros que lo que sucede en nuestros corazones es más importante que nuestra apariencia exterior.
Por Andreina Fersaca