La forma en que manejas las ofensas no es solo un asunto de personalidad, sino un reflejo de tu relación con Dios. Esa verdad me impactó profundamente en un momento inesperado.
El libro de Proverbios lo dice así:
“Las personas sensatas no pierden los estribos; se ganan el respeto pasando por alto las ofensas.” — Proverbios 19:11 NTV
¿Lo notaste? Las personas sensatas no pierden los estribos; se ganan el respeto pasando por alto las ofensas. En otras palabras: “Los sabios se mantienen serenos y pacientes. Demuestran fortaleza y carácter al elegir dejar ir las cosas en lugar de tomarlas a mal.”
Dime: ¿Qué tan fácil te resulta irritarte cuando alguien te cierra en el tráfico, un cajero es grosero o un compañero de trabajo suelta un comentario sarcástico? Si te cuesta dejar ir esas molestias, podría ser una señal de que tu madurez espiritual necesita un poco más de fortaleza.
Lección Personal
Esta lección la aprendí de verdad en una tienda de segunda mano mientras buscaba antigüedades y muebles usados. Encontré una pieza hermosa, en excelente estado y a buen precio, y le envié un video a mi esposa para saber su opinión antes de comprarla. Mientras estaba allí, otro cliente se me adelantó, agarró la etiqueta de venta e hizo como si yo no existiera.
Por un instante, me sentí ignorado y frustrado. Pero entonces el Espíritu Santo susurró: Suéltalo. Perdónalo. Esa pieza no era para ti. Enseguida, se me pasó la frustración. Al dejar ir la ofensa, sentí paz.
En otra ocasión, durante un cambio de aceite, el mecánico quiso convencerme de comprar un filtro de aire. Dije que no, amablemente. ¿Su respuesta? Un sarcástico: “¿Qué, no te gusta el aire limpio?” Ese comentario me molestó. Por un segundo, pensé: ¿Quién se cree este tipo? Pero nuevamente, el Espíritu Santo me susurró: No respondas de mala manera. Aunque estaba furioso por dentro, decidí no reaccionar. Oré en silencio, y Dios calmó mi espíritu.
Ojalá pudiera decir que siempre respondo así, pero la verdad es que no siempre ha sido así. He dejado que las ofensas me controlen: respondiendo con dureza, guardando rencores, dejando que la amargura crezca. He aprendido a través de mis fracasos y en comunión con el Señor que la ofensa es una trampa que debemos reconocer y resistir.
La Verdad del Asunto
Cuando nos ofendemos rápidamente, es una señal de que algo más profundo en nosotros necesita sanación. ¿Estamos viviendo por el Espíritu o por la carne? Un creyente espiritualmente maduro refleja a Cristo, quien soportó rechazo, burlas, traición y un sufrimiento inimaginable, y aun así nunca vaciló.
Fue escupido, golpeado, incomprendido, y aún eligió amar, servir y cargar la cruz por nosotros.
Las Escrituras presentan un contraste poderoso entre el rey Saúl y el rey David.
Saúl lo perdió todo porque temía más a las personas que a Dios y permitió que la ofensa, los celos y el orgullo lo dominaran. David, en cambio, danzó sin vergüenza ante el Señor, incluso cuando otros se burlaban de él. Su enfoque estaba en honrar a Dios, no en ganar la aprobación humana, y eso marcó su madurez espiritual y aseguró su llamado.
El libro de John Bevere, El anzuelo de Satanás, profundiza en esta lucha. Explica cómo la ofensa es una de las mayores trampas del enemigo. Muchos creyentes ni siquiera se dan cuenta de que están atrapados en ella. El libro destaca el poder del perdón y advierte cómo una ofensa sutil puede descarrilar silenciosamente nuestra fe. Lo recomiendo encarecidamente.
La verdad es que las ofensas son inevitables, pero nuestra respuesta a ellas moldeará nuestro futuro espiritual.
Así que aquí va mi aliento:
Tómate un tiempo para reflexionar sobre cómo reaccionas ante las pequeñas (o grandes) molestias de la vida. Pídele al Espíritu Santo que te ayude a soltarlas. Perdona a tu prójimo. Deja ir las frustraciones insignificantes. Y camina en amor, paciencia y sabiduría.
Suéltalo. No es debilidad, es sabiduría.
Por: Luis Rivera