Dios establece en su Palabra y en su creación que todo ser humano es tripartito, es decir está compuesto de tres elementos: alma, cuerpo y espíritu. Cada uno de ellos debe estar en sintonía y dispuesto a hacer la voluntad del Señor, porque Él en su infinita misericordia estas facultades que están separadas, pero deben ir integradas con la ayuda de nuestro Padre Celestial.
Existen basamentos bíblicos que explican que estamos compuestos por estas condiciones. “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” 1 Tesalonicenses 5:23. Cuando Dios creó al hombre lo hizo con el propósito de que sea un ser tripartito, en Génesis 2:7 dice: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”. Es decir que del polvo hizo el cuerpo, y cuando sopló vida fue espíritu y un ser humano que vive y siente lo completo con el alma.
1. El hombre natural (cuerpo): Se trata del organismo del hombre, es la carne lo que lo define y a través de ellos exterioriza sus sentimientos y emociones. Se puede decir que es el caparazón de lo que hay dentro de nosotros.
2. El hombre de sentimientos (alma): En el alma están todos aquellos sentimientos que nos mueven, como la tristeza, alegría, ira, rencor, orgullo, y muchos otros que se alojan allí. Se trata de tu esencia y de tu forma de ser.
3. El hombre espiritual: Es aquel al que Dios ha concedido un nuevo nacimiento. Se trata de una persona que es perceptiva al mundo espiritual. El Señor nos dejó al Espíritu Santo para que nos guie, y mediante la oración seremos enriquecidos espiritualmente.
Antes de que cada uno de nosotros naciera Dios nos conocía, Él es el único que sabe lo que está escondido en nuestro corazón, lo que pensamos, como actuamos, los sentimientos que guardamos e incluso hasta que tan espirituales somos. Los tres elementos que corresponden al ser humano deben estar alineados a la Palabra de Dios, y sólo nuestro Padre Celestial puede ayudarnos a dominar aquellas cosas que no vienen de él.
Por Andreina Fersaca