Un día tomamos la decisión de entregar nuestro corazón a Cristo, de nacer de nuevo, ser nuevas criaturas y ser llamados hijos de Dios. Una persona recién convertida a Cristo se le compara con “niños recién nacidos”, pero que poco a poco “crecerán” hasta alcanzar la estatura de hombres y mujeres en Cristo Jesús.
Así como la buena semilla en el campo tiene que crecer y dar fruto, así será el crecimiento de aquellos que han entregado su vida al Señor. En libro de Isaías menciona que serán “llamados robles de justicia, plantío del Señor, para mostrar su gloria” Isaías 61:3.
Una persona que no “nace de nuevo” no puede ser partícipe de la vida que Cristo vino a darnos. Lo que sucede con la vida sucede con el crecimiento. Dios el Creador de todas las cosas es quien hace florecer el capullo y fructificar las flores. Jesús dijo en su Palabra: “Fíjense cómo crecen los lirios. No trabajan ni hilan” Lucas 12:27. A través de esta enseñanza podemos darnos cuenta que las plantas y flores no crecen por su propio cuidado o esfuerzo, sino porque reciben lo que Dios provee para favorecer su vida.
Al igual, un niño no puede por su propio esfuerzo añadir centímetros a su estatura, tampoco tú podrás, haciendo lo mismo, crecer espiritualmente. Jesús nos dejó una lección cuando dijo: “Permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes”. Así como ninguna rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que permanecer en la vid, así tampoco ustedes pueden dar fruto si no permanecen en mí”. Juan 15:4
El crecimiento espiritual depende de:
– Unión con Cristo: Tu debilidad está unida a su fortaleza, tu ignorancia a su sabiduría, tu fragilidad a su eterno poder. Así que, no te mires a ti mismo, mira a Cristo. Piensa en su amor, su gracia y su eterno poder.
– Comunión con Él diariamente: Conságrate a Dios todas las mañanas; haz de esto tu primera tarea.
– Darle el primer lugar: Dile “Tómame Señor, mi vida es tuya. Pongo mis planes a tus pies. Úsame a tu servicio, vive en mí y sea toda mi obra hecha en ti”.
– Obedecer en todo: Somete todos tus planes a él, para ponerlos en práctica según te indique su providencia. Puedes poner tus planes cada día en las manos de Dios, la obediencia siempre trae bendición.
– Colocar tu mirada en Él: No te distraigas de la meta, no te apartes jamás del camino. Si pones tu mirada en Él tu barca siempre llegará a puerto seguro. Quienes ponen su mirada solo en Cristo, no se desvían jamás, pues saben quién los sostiene y quien guía su vida.
Encomendemos a Dios el cuidado de nuestra alma, y confiemos en Él. Entreguemos toda duda y temor. Digamos como el apóstol Pablo: “He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí”. Descansemos en Dios, él puede crecer y avivar su Espíritu en nosotros. Si nos ponemos en sus manos, nos hará más que vencedores por medio de Aquel que nos amó.