Dios nos ha llamado para hacernos santos, para que vivamos una vida sin mancha, pues por la muerte de Cristo fuimos absueltos de toda culpa. Oír su voz y seguir en pos de Jesucristo. Él dijo: “El que a mí viene, no le echo fuera”, (Juan 6:37) «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia». (Juan 10:10).
Cuantos no conocen el propósito de Dios para su vida, viven auto justificándose al vivir como el mundo vive, o quizás con un conformismo de sólo vivir por vivir. Pero para los que le conocemos y quienes hemos recibido a Jesucristo tenemos la certeza de la vida y el diseño original con el cual hemos sido creados, entendemos que no hay mayor privilegio en el hombre que ser hijos de Dios por medio de Jesucristo, nuestro Salvador.
La decisión es personal a atender el llamado que el Señor nos hace. Nos manifiesta su gran amor en Juan 3:16 que dice: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna». Atender el llamado es abrir el corazón para que Él entre y gobierne nuestra vida, y paso a paso irá santificándola hasta la plenitud de su estatura.
Su Palabra nos revela el plan de Dios con el hombre, nos muestra que antes de que el mundo fuera creado, nosotros ya habíamos sido escogidos, no fuimos el resultado de un acto deliberado de la creación, ni fuimos un accidente en nuestra concepción, sino que antes que todo lo que conocemos existiera, Él ya tenía un plan con nosotros, fuimos creados con un propósito, fuimos creados para disfrutar de la potestad de ser hijos de Dios, de permanecer en su presencia por medio de Jesucristo, y así presentarnos santos y sin mancha delante de él.
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad”, Efesios 1:3-5
Por Andreina Fersaca