Aproximadamente setenta años antes del establecimiento del Estado de Israel, en 1881, el cartógrafo británico Arthur Penrhyn Stanley observó: “En Judea casi no es una exageración decir que por millas y millas no hubo aparición de vida o población”. Tras viajar a Palestina en 1895, el escritor francés Pierre Loti comentaba acerca de la “melancolía del abandono que pesa sobre toda la Tierra Santa”. En ocasión de su visita en 1867, Mark Twain describió el paisaje así: “Palestina se asienta penitentemente. Sobre ella ralea el hechizo de una maldición que ha marchitado sus campos y consumido su energía… Palestina es despoblada y desgarbada… Es una tierra desesperanzada, lúgubre y apesadumbrada”.
Setenta años después del nacimiento del Estado de Israel, sus científicos están empujando las fronteras de lo concebible. Yael Hanein, director del Centro de Nanociencia, Nanotecnología y Nanomedicina de la Universidad de Tel Aviv (UTA), tras diez años de investigación creó una retina artificial capaz de reemplazar la acción de los fotorreceptores naturales del ojo cuando son destruidos por degeneración macular relacionada con la edad. Es decir, ha desarrollado la biotecnología para devolver la vista a los ciegos. Tal Dvir y Ron Feiner, también investigadores de la misma universidad, han combinado la electrónica con los tejidos vivos para crear un parche cardíaco biónico que cura corazones enfermos. Iftach Yacoby, director del laboratorio para la energía renovable, junto a un equipo de estudiantes de la UTA, descubrió cómo aprovechar las algas marinas para crear energía limpia. Y esto es solo una fracción del aporte de una sola universidad israelí.
Entonces, uno es llamado a preguntarse: ¿Cómo pudo una comunidad que comenzó secando pantanos y cultivando naranjas ser hoy líder mundial en nanotecnología, ciencia biónica y energía limpia? ¿Cómo fue posible para una pequeña nación privada de recursos naturales, hostigada militarmente por múltiples naciones vecinas, marginada económicamente en su región y fundada principalmente por inmigrantes pobres, transformarse en un Estado high-tech, innovador, vanguardista y desarrollado? ¿Cómo hizo para erigir universidades reconocidas internacionalmente? ¿Para legar varios Premios Nobel? ¿Para fabricar satélites? ¿Para generar más compañías start-up que Japón, Corea, India, Canadá e Inglaterra? ¿Para fundar empresas que cotizan en Nasdaq en cantidades superiores a las de feroces tigres económicos como Corea, Japón, Singapur, China, India y toda Europa combinada? ¿A qué poción mágica apeló para alcanzar uno de los índices de producción de patentes per cápita y una de las tasas de población con título universitario más elevados del orbe? ¿Y cómo logró todo ello en apenas siete décadas, y en una situación de asedio constante?
Como ya ha sido notado, el éxito israelí descansa en gran medida en una cultura de atrevimiento, que estimula la insubordinación y que invita a correr riesgos. “No fue simple convencer a la gente de que criar peces en el desierto tenía sentido” aseguró el profesor Samuel Appelbaum de la Universidad Ben-Gurión al relatar el uso que dio al agua salada y cálida hallada en el desierto a una profundidad equivalente al largo de diez canchas de fútbol. Israel supo transformar obstáculos en oportunidades. Por ejemplo, el sistema de riego por goteo que nació de la necesidad de cuidar cada escasa gota de agua y se convirtió en el sistema de irrigación más efectivo para zonas áridas. El 95% de la tierra de Israel es catalogada como semiárida, árida o híper-árida y, sin embargo, el país tiene cientos de millones de árboles, mayormente plantados por el hombre.
Tal como han señalado Dan Senor y Saul Singer en Nación Start-Up, una habilidad singular consistió en aplicar el aprendizaje militar al campo industrial y comercial. Gavriel Iddan es un científico de cohetes que ideó una pastilla digerible que contiene una cámara miniaturizada que transmite imágenes desde el interior del cuerpo humano en tiempo real a cualquier parte del planeta. Shvat Shaked es un experto tecnológico en perseguir terroristas observando sus actividades en línea. Junto con su colega del ejército, Saar Wilf, trasladó su experiencia al área comercial y desarrolló servicios de detección de engaños corporativos, fraudes crediticios y robo de identidad electrónica tan eficientes que PayPal (el sistema de pagos en línea más grande del mundo) compró a la pequeña empresa israelí en 169 millones de dólares (¡luego de que los israelíes rehusaran venderla por 79 millones de dólares!).
Su capacidad de adaptación a un contexto cambiante, sumado a una resiliencia encomiable, con seguridad explican también al Israel actual. A sus 70, el Estado judío deslumbra. Si pudieran verlo, Arthur Penrhyn Stanley, Pierre Loti y Mark Twain posiblemente contemplarían incrédulos la proeza triunfal de Israel.
Fuente: Unidos por Israel