Dios quiere perfeccionarnos para terminar la obra que comenzó en cada uno de nosotros. La voluntad de nuestro Padre Celestial es que alcancemos la madurez espiritual que nos llevará a tener confianza y fe en Él.
Esta madurez podemos alcanzarla cuando buscamos a Dios en la intimidad, le conocemos y estudiamos la Palabra, se trata de un proceso continuo. No alcanzaremos el nivel que Dios quiere que tengamos de un día para otro, se trata de un diario caminar con Cristo.
“Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús”. Filipenses 1:6 Estas palabras las pronunció el Apóstol Pablo, él sabía que no llegaría a alcanzar la perfección pero entendía que la voluntad central de Dios era que camináramos hacia la madurez espiritual.
Muchas veces Dios no nos da más porque somos inmaduros espiritualmente. Como padres no le daremos a nuestro hijo de 4 años un cuchillo, sabemos que es una herramienta peligrosa para ellos y que no tienen la destreza suficiente para manipularlo, es decir son inmaduros. Así es nuestro Padre, y existen ciertas cosas que no nos entrega hasta que somos maduros.
A medida que vayamos conociendo nuestra identidad y nuestro propósito en Dios vamos caminando hacia la madurez espiritual, esto lo logramos teniendo intimidad con nuestro Padre y lo conocemos a través de la Palabra.
No nos podemos conformar con lo que sabemos, nunca es suficiente, siempre tenemos que estar extendiéndonos hacia la meta, es decir enfocados con la ayuda del Espíritu Santo, quien nos da sabiduría, discernimiento y nos redarguye.
La madurez espiritual se demuestra a través de los frutos
El resultado de una madurez espiritual es demostrar en nuestras vidas lo que está escrito en Gálatas 5: 22-23 “En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas”.
Cuando empezamos a dar frutos, es una prueba que estamos alcanzando el alto nivel que Dios quiere que tengamos, lográndolo a medida que adquirimos conocimiento de Dios.
Por Andreina Fersaca