Muchos de nosotros nos hemos sentido en alguna ocasión abrumados por el ruido. Diariamente nuestras vidas están inmersas en un constante sonido que a simple vista no aturde, pero si no encontramos una balanza a medida que va pasando el tiempo, entre el tráfico, el sonido de los celulares, música a todo volumen, personas que hablan en un tono alto, o cualquier otro generador de sonido, nos llegamos a sentir abrumados.
El ruido en oportunidades llega a generar caos es nosotros, nos perturbamos y no tenemos lugar para el descanso. Es importante que en medio de todo esto anhelemos el silencio, cuando lo logramos nuestra mente descansa y sentimos paz y tranquilidad.
Cuando logramos ese descanso mental y físico es cuando viene la reflexión, el encuentro con nosotros mismos, nuevas ideas, la creatividad aflora y la nuestro cuerpo se reconforta. Justo cuando estamos en silencio podemos hablar confiadamente con nuestro Padre Celestial y descansar en sus brazos, de esta manera podremos escuchar la voz del Espíritu Santo.
“Entretanto el hombre la observaba en silencio, para saber si el Señor había dado éxito o no a su viaje”. Génesis 24:21 En la Biblia podemos encontrar varios pasajes que nos muestran como los grandes hombres que siguieron a Dios hicieron silencio para encontrarse con el Padre Celestial y escuchar sus instrucciones.
Moisés, Abraham, Isaac, David, son solo algunos de los hombres que entraron en su aposento y callaron, pudieron estar en descanso y en medio de esa soledad experimentaron un cara a cara con Dios. Estos momentos marcan siempre un antes y un después es nuestras vidas.
Es tiempo de reflexionar y alejarnos un poco del ruido, lograr apartarnos de nuestro día a día, los quehaceres, el trabajo, las obligaciones y llegar al punto en que solo puedas escuchar la voz de Dios, y el momento en que puedas experimentar la paz que sobrepasa todo entendimiento humano y puedas renovar tu mente y tu fe.
Por Andreina Fersaca