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Agradece a Dios por el trabajo y bendice a quienes te rodean para que lleguen a los pies de Cristo

Muchas personas dicho de manera errónea, que el trabajo es una maldición; un castigo impuesto por Dios al hombre desde la caída del ser humano, por la desobediencia de Adán y Eva en el Jardín del Edén. Pero no es así, el trabajo fue un regalo del Señor desde antes de ese suceso, para que pudiéramos hallar nuestro sustento. En contraste con lo anterior es el creador mismo quien nos da ejemplo, Génesis 1 dice: “Dios trabajó 6 días y descansó uno”.

Vivimos en una sociedad, en donde el ocio y la pereza es nuestro pan diario. Nos quejamos constantemente de nuestros jefes, nuestro salario, nuestros compañeros y de la actividad y la empresa para la cual fuimos contratados; olvidando, que nuestro jefe principal es Dios y que es Él quien nos ha dado la misión de ser productivos en ese lugar. Al hacerlo, somos desagradecidos y despreciamos lo que El Señor está haciendo a través de nosotros en dicha compañía.

Estamos llamados a ser de bendición, a construir y no a destruir, a edificar no a derribar. Somos luz y sal en medio de una sociedad en donde la deshonestidad es un estilo de vida; impactamos vidas con nuestro ejemplo, cambiamos la forma de pensar de quienes nos rodean. Si trabajamos con ahínco, compromiso, responsabilidad, pasión y amor, pensando en hacer sonreír a Dios, seremos fuente de inspiración para aquellos que no lo conocen y subestiman su obra por fijar su mirada en lo que no tienen, sin disfrutar de sus afanes como el don que representan.

La obra de Dios es perfecta, todo cumple un propósito en sus manos. No importa en donde te encuentres, a quien conozcas, el cargo que ostentes, el dinero que ganes; deja huella positiva y esfuérzate por honrar a Dios con tus acciones, así Él recompensará tu fidelidad y gratitud, concediéndote los anhelos de tu corazón.

 “¿Qué provecho saca quien trabaja de tanto afanarse? He visto la tarea que Dios ha impuesto al género humano para abrumarlo con ella. Dios hizo todo hermoso en su momento, y puso en la mente humana el sentido del tiempo, aun cuando el hombre no alcanza a comprender la obra que Dios realiza de principio a fin”. Eclesiastés 3:9-11

Por Andreina Fersaca